222 - El dueño del sol
NARRADORA Hace mucho tiempo, los guarao, pueblo que habita a las orillas del gran río Orinoco, no conocían al Sol.
MUCHACHA ¿Por qué vivimos así, padre, en esta oscuridad?
PADRE El Sol existe, hija.
Pero un hombre que vive en las alturas, más allá de las nubes, lo tiene prisionero. Nadie sabe el lugar exacto donde se encuentra.
NARRADORA Los hombres de la comunidad habían recorrido las tierras cercanas y lejanas para encontrarlo, pero todos habían fracasado.
NARRADORA Hasta que un día...
PADRE Hija... hija... ven rápido.
MUCHACHA Dime, padre.
PADRE Ya sé dónde se esconde el dueño del Sol.
MUCHACHA ¿El dueño del Sol?
PADRE Sí. Y también sé cómo llegar hasta él. Quiero que vayas a rescatar al Sol.
MUCHACHA ¿Yo, padre?
PADRE Sí, tú. Eres mujer, seguro tendrás más astucia que los hombres.
NARRADORA El guarao habló con su hija largamente y le indicó el rumbo que debía seguir.
NARRADORA La joven se encomendó a las diosas primordiales y, después de abrazar a su padre, salió en dirección al oriente.
NARRADORA Caminó sin descanso hasta más allá del horizonte y allí comenzó a subir por entre las nubes.
NARRADORA Un mundo sobrenatural de nubes blancas, rosadas y celestes se abrió ante sus ojos.
MUCHACHA ¡Qué belleza!... ¡Si mi pueblo pudiera ver todo esto, si no viviéramos a oscuras!
NARRADORA Por un momento, se quedó extasiada ante el maravilloso paisaje, pero al recordar el pedido de su padre empezó a observar detenidamente el lugar.
MUCHACHA ¡Ahí!... La casa del dueño del Sol está detrás de esa montaña.
VIEJO ¿Quién toca mi puerta?
NARRADORA Un hombre de larga barba blanca y ceño fruncido abrió la puerta y se quedó observándola de pies a cabeza.
MUCHACHA Mi padre quiere que liberes al Sol para que alumbre la tierra de abajo.
VIEJO ¿Qué dices?
MUCHACHA Que mi padre te pide que liberes al Sol y lo dejes correr por entre las nubes.
VIEJO ¡No! No lo haré.
MUCHACHA Mi pueblo vive a oscuras.
VIEJO Te dije que no. Márchate y no vuelvas a molestarme.
MUCHACHA ¿No piensas liberar al Sol?
VIEJO No, yo soy su dueño y sólo brillará para mí cuando yo quiera.
MUCHACHA La gente de abajo vive en penumbras. No tiene calor que entibie sus cuerpos cuando hace frío.
NARRADORA La muchacha siguió insistiendo mientras observaba la casa del dueño del Sol. Y de pronto...
MUCHACHA ¡Una bolsa gigante! Ahí tiene que tener escondido al Sol.
VIEJO ¡Cuidado! No se te ocurra tocar esa bolsa.
NARRADORA La muchacha, sin hacer caso, saltó sobre la bolsa y la rompió de un manotazo.
VIEJO ¡Nooo!
NARRADORA Inmediatamente, apareció el Sol, rojizo y deslumbrante. El calor y la luz de sus rayos se esparcieron sobre las nubes, sobre los cerros, la selva, la tierra de los guarao. Con su claridad traspasó el fondo de los ríos y de los mares.
NARRADORA El viejo, al verse descubierto, empujó al Sol hacia el este. Y lanzó la bolsa rota hacia el oeste. La luz del Sol iluminó la bolsa que se convirtió en la Luna.
MUCHACHA Este hombre es capaz de matarme. Tengo que huir.
NARRADORA Cuando la joven llegó a su pueblo...
VOCES Y RISAS ALEGRES Podemos ver todo, los árboles, los pájaros. Está iluminado. Gracias a las diosas por darnos luz.
PADRE Es el Sol... es el Sol...
PADRE Lo conseguiste, hija. El Sol es hermoso, sólo que...
MUCHACHA ¿Sólo qué, padre?
PADRE Que los días son muy cortos.
NARRADORA Como habían sido lanzados con mucha fuerza, el Sol y la Luna viajaban muy rápido.
Amanecía y oscurecía a cada rato.
MUCHACHA ¿Qué podemos hacer, padre?
PADRE Hummm... Vete al oriente, espera que salga el Sol y cuando empiece a caminar por el cielo, átale con cuidado esta tortuga
NARRADORA La muchacha hizo lo que su padre le encargó y logró enganchar la tortuga en un rayo del Sol.
NARRADORA Al día siguiente, cuando amaneció, el Sol avanzaba lentamente, a paso de tortuga, alumbrando doce horas y dejándole otras doce a la Luna.
Así lo cuentan en la tierra de los guarao.