El hijo (2)
AGUERO: Murieron todos. Y los que no murieron fueron encarcelados.
ALARCÓN: Como su papá. Cuando José Carlos tenía 9 años su padre fue arrestado por segunda vez. Fue a finales del 84. Pasó así: él y 4 militantes más atacaron un puesto policial en el centro de Lima. Intentaban robar armas, pero fueron sorprendidos por agentes de seguridad. Hubo cruce de fuego y los senderistas mataron a un policía. El padre de José Carlos y los demás se fugaron, y hubo una persecución.
Esta vez no lo iban a soltar. Al padre de José Carlos lo llevaron a una cárcel que se conocía como el Frontón.
AGUERO: Impresionante era el Frontón. Impresionante.
ALARCÓN: Estos recuerdos son bastante nítidos para José Carlos. Era una isla penal. Para llegar...
AGUERO: Tomábamos una lancha en el muelle de Arcena, en el Callao, junto a otro montón de familiares. Llegábamos temprano, hacíamos cola…
ALARCÓN: A veces iban con su mamá. Otras veces iban solo José Carlos y sus hermanos. Y esas veces se hacían pasar por los hijos de otros adultos, pues los menores de edad no podían entrar solos al Frontón.
(SOUNDBITE DE CANCIÓN DEL SENDERO LUMINOSO)
AGUERO: La gente iba cantando. Los familiares iban cantando, eh, música de Sendero. Sendero adaptada canciones populares, y le cambiaba las letras y la volvía “revolucionarias”, entre comillas.
ALARCÓN: Los reos de la isla también recibían a sus visitas cantando.
(SOUNDBITE DE CANCIÓN DEL SENDERO LUMINOSO)
ALARCÓN: Sendero se había apoderado de la isla. Era —es— una isla rocosa y seca, polvorienta y desolada. Por muchos meses del año está envuelta en neblina. Pero a pesar de lo inhóspito, para finales del 85, los senderistas —incluyendo el papá de José Carlos— habían hecho de esa prisión su casa.
AGUERO: Entonces, la isla como es de piedras, lo que hicieron fue convertirla como… como en un lugar hermoso.
ALARCÓN: Con el permiso y la complicidad de las autoridades, por supuesto. Una de las primeras cosas que lograron fue...
AGUERO: Que no le cerraran la reja del pabellón. Luego habían logrado que el torreón —había un torreón, de vigilancia— quedara libre, que ya no hubiera más vigilancia. Luego les habían… habían ganado acceso a la playa. Y finalmente lo ganaron todo.
ALARCÓN: Por la noche dejaban que los guardias pasaran para cerrar la puerta del pabellón. Pero aparte de este gesto, dentro de la isla estaban libres.
Decoraron las paredes con murales, y crearon ambientes agradables para que los niños pudieran pasar un lindo día con sus padres.
La última vez que José Carlos vio a su viejo, él le advirtió que algo iba a pasar. Era junio de 1986.
AGUERO: Nos dijo, mi papá, nos dijo que estuviéramos, eh, pendientes, que no nos preocupáramos, y nos despedimos en la práctica también. O sea, no solo nosotros: todos los presos se despidieron de sus familiares. Todos. Mi… mi hermana y mi hermano, éramos como niños viejos siempre. Estábamos… gente muy enterada. Eh, y sabíamos que iba a pasar algo.
ALARCÓN: El 18 de junio los reos senderistas de 3 cárceles de Lima, incluyendo el Frontón, se amotinaron, tomando como rehenes a algunos guardias y a 3 periodistas.
Horas después el estado contraatacó, retomando a la fuerza el control de los penales.
(SOUNDBITE DE CADENA NACIONAL)
ALAN GARCÍA: El gobierno cumplirá con restaurar el orden nacional perturbado…
ALARCÓN: Y en el Frontón, la marina peruana y la guardia republicana atacó. Después de unas horas los senderistas se rindieron, y según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, más de 200 internos acusados o sentenciados por terrorismo fueron muertos de manera extrajudicial por agentes del estado. Entre los muertos estaba el padre de José Carlos.
Ahí comenzaron los años más duros. La mamá de José Carlos no tenía trabajo. Vivía de lo que se llama en Perú, “el cachueleo”. Trabajitos. Favores. Improvisaciones económicas. Tenían que salir a buscar agua, traerla en baldes a la casa. Se robaban la electricidad de los postes de luz. Pero bueno...
AGUERO: Aunque fuera una choza igual se volvió un centro de activismo de Sendero Luminoso. Era así. Creo que ese era un poco el rol de mi madre. Y llegaba muchísima gente a dormir, a comer, a lo mismo de siempre.
ALARCÓN: Pero para José Carlos y sus hermanos no todos los que llegaban de visita eran bienvenidos de la misma manera. A algunos los querían más que a otros. O sea, con algunos se hicieron más amigos que con otros. Se acuerda bien de uno en particular.
AGUERO: Casi todos eran, como te digo, jóvenes, jóvenes. Pero él, no sé, me parecía entonces mayor, ¿no?, pero yo me imagino que tendría, ¿qué?, 30, ¿no? Y era diferente, porque era muy amable. O sea, muy, muy tierno. Él era más tímido, cariñoso.
ALARCÓN: En 1988, Silvia consiguió un trabajo vendiendo lapiceros y cartulinas en un puesto en la Universidad de San Marcos. Y parecía que las cosas iban a mejorar. Pero un día llegó a la casa con una noticia: el militante al que tanto querían…
AGUERO: “Ha sido detenido. Ha caído”, decía. “Ha caído tal”.
ALARCÓN: Lo tenía la policía. El ejército. Lo deberían estar interrogando en ese instante. La familia de José Carlos no tenía mucha opción si quería sobrevivir.
AGUERO: Sabía lo que tenía que hacer. Fue levantar nuestros pocos bártulos que teníamos —eran algunos, que no eran muchos— e irnos de la choza. Cerrar, y largarnos.
ALARCÓN: ¿Por qué? Pues, por razones bastante claras.
AGUERO: Lo que le hacen a la gente, lo que le hacían a la gente, ehh, era torturarla.
ALARCÓN: Y la mamá de José Carlos, viuda de un senderista muerto en el Frontón, no podía quedarse quieta a ver qué pasaba. Esperar a ver si su compañero era capaz de resistir o no a la tortura. Tenía 3 hijos.
AGUERO: Y nosotros nos fuimos. Nos fuimos.
SEGURA: Una pausa y volvemos.
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SEGURA: Bienvenidos de vuelta a Radio Ambulante. Soy Camila Segura. Antes de la pausa, Daniel nos estaba contando cómo Silvia y sus hijos abandonaron su casa después de que un compañero fue capturado por la policía. La casa servía como refugio del Sendero Luminoso, entonces no esperaron a saber si el muchacho daría información sobre ellos.
Mantuvieron un perfil bajo. No volvieron a la casa sino hasta un par de semanas después.
AGUERO: Para recuperar algunas de las cosas que no habíamos podido llevarnos. Igual cosas sin importancia real, pero para nosotros sí tenían algún valor. Ollas. Cosas así. Ropa.
SEGURA: Y cuando llegaron se dieron cuenta que todo había pasado tal cual lo habían previsto. Que sí, que la policía había ido a la casa, y que había revolcado todo y habían interrogado a todos los vecinos.
AGUERO: En ese momento lo que se produce es un robo, pues, ¿no? Basicamente. O roba la policía, o roban los que están por ahí.
SEGURA: Y esta es la parte interesante…
AGUERO: Los vecinos —bueno, nuestros vecinos de años, ¿no?, gente a la cual... con la cual habíamos convivido por mucho tiempo— habían tomado diferentes actitudes respecto al… al hecho.
SEGURA: Daniel nos sigue contando.
ALARCÓN: A pesar de que todos eran pobres, había estratos. El que tenía casa de tablas era diferente al que vivía en casa de esteras. Y esas diferencias se manifestaron de la manera más inesperada.
AGUERO: Lo que a mí después me dejó pensando por to… toda la vida es lo que hizo la vecina del costadito.
ALARCÓN: La vecina era una de esas personas que no se sabe bien de qué vive. No tenía trabajo, pero tenía 2 bebés. Estaba llena de problemas. Muchas veces la mamá de José Carlos había ayudado a esta señora. Con comida, con dinero. Y sin embargo…
AGUERO: Nos contaron los vecinos que nos fueron a recibir ese día que ella fue de las que nos acusó con más saña, ¿no? Diciendo ,“esa era la li… la lideresa,” ¿no? “Lideresa es. Es terrorista, es mala,” que no sé qué. Pero lo decía con rabia, ¿no?
ALARCÓN: Y hay que tener claro, que este no es el tipo de barrio —ni el tipo de país— donde la gente suele ayudar a la policía. Y menos con entusiasmo. Esa rabia, para José Carlos, tiene una explicación muy clara.
AGUERO: El pobre no es tonto, simplemente es pobre, ¿no? Tú sabes que no tienes. Y sabes que posiblemente tampoco… que… que… que eres poca cosa. Y que quizás nunca salgas de eso, y tus hijos tampoco.
Yo creo que ella sintió en ese momento, cuando la policía llegó, que podía haber alguien más abajo que ella en esta escala de miserias, digamos.
ALARCÓN: Por fin. Alguien más abajo que ella. Peor que todos.